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LOS HIJOS DE UNA ESPIGADA PLANTA


Mural de Diego Rivera titulado “La Cultura Huasteca”



Con más de 60 razas de maíces nativos y 300 variedades, los mexicanos somos hijos del maíz (Zea mays). Desde hace más de 10 mil años, es uno de los cultivos de gramíneas más representativos de México. Se siembra en todo el territorio nacional y en todos los climas; juega un papel relevante en nuestras raíces, en nuestras cocinas, en nuestra alimentación, en nuestras tradiciones, en nuestra economía. El maíz forma parte importante de la cosmovisión de nuestros pueblos Aztecas, Mayas, Zapotecas, Mixtecas, Totonacas, Otomíes, entre muchos más, como los Nahuas quienes lo nombraron "tlaolli", "nuestro sustento".


Este grano nos ha dado alimento, identidad y proyección cultural. El maíz ha sido fuente de inspiración en cuentos, en leyendas, en crónicas y en pinturas de grandes artistas como las de Diego Rivera, quien plasmó este legado gastronómico en varios de sus murales. Ejemplificamos al menos tres de sus espléndidos murales: el ubicado en el edificio de la Secretaría de Educación Pública en la Ciudad de México, titulado “La Fiesta del Maíz”; el mural denominado “Canto a la Tierra”, plasmado en la entonces Capilla de la Escuela Nacional de Agricultura, hoy Universidad Autónoma de Chapingo, el cual hace alusión a la muerte de los revolucionarios Emiliano Zapata y Otilio Montaño, agraristas quienes, al morir según Rivera, fecundarían las plantas y harían que surgiera la luz del sol. El tercer mural llamado “Cultura Huasteca”, está en el Palacio Nacional, el cual es un maravilloso mosaico porque además de mostrar a la diosa prehispánica del maíz y de la fertilidad, también exhibe actividades propias de la gastronomía mexicana entorno al maíz, como lo son: el desgranar las mazorcas; triturar o moler en el metate, cocer en el comal el grano, preparar un atole o el envolver con sus hojas los tamales.


Esta identidad nacional resuena desde las creencias prehispánicas sobre la preparación de bebidas embriagantes con base en el maíz para llevar a cabo rituales sagrados bajo la protección y encargo de la diosa de la fertilidad y de la vegetación, la Centeotlicíhuatl. Ejemplo de esas bebidas con base en el maíz fermentado son el tesgüino, bebida ancestral de los Raramuri, y en otras comunidades indígenas: la chicha o el tepache. En el estado de Oaxaca, a esta diosa en la fiesta de la Guelaguetza se le ofrendan danzas y música para obtener grandes cosechas, tan grandes como una Tlayuda; mientras, en el estado de Chiapas, los mayas denominaron al Dios Pakal como el Viajero del tiempo, el astronauta de Palenque, quien hizo próspero y fecundo al campo y al valle, y a quien le llamaron “Pakal el Dios maya del maíz”. Esta mezcla de creencias religiosas prehispánicas y coloniales, muestra la relevancia del maíz en la cultura alimentaria mexicana.


Es relevante mencionar que en el 2019 se dio origen a la celebración del 29 de septiembre como el Día Nacional del Maíz. Fecha que también se celebra a San Miguel Arcángel, a quien se le atribuye que lucha contra el mal y quien cuida la milpa. En sentido similar, la fiesta de la Virgen del Maíz en Teopantlán, Puebla, se celebra el 28 de septiembre, en cuya feria del elote, se venden productos derivados del maíz como son: tortillas, pozole, esquites, tamales, tlacoyos, panuchos, molotes, quesadillas, sopes, chalupas, tostadas, huaraches, memelas, picadas, enchiladas, chilaquiles, flan de elote, nieve de elote y entre otros, pinole. Con todas estas delicias se entiende porque en México la dieta nacional tiene un consumo, en promedio, medio kilo de maíz diario por persona.


En el campo mexicano, el maíz es el cultivo agrícola más importante. Entre los principales Estados productores se encuentran Sinaloa, Jalisco, Estado de México, Chiapas, Michoacán y Veracruz. Dada la importancia de esta gramínea, México cuenta con el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y con el Banco de Germoplasma de Maíz más grande del mundo, en donde se llevan a cabo investigaciones científicas para salvaguardar nuestra agrobiodiversidad de los contaminantes de la tierra, del agua, de las semillas transgénicas y de los agroquímicos tóxicos y cancerígenos como el glifosato. Sin embargo, el campo mexicano se ha visto afectado por el cambio climático, por la degradación de las tierras agrícolas, y entre otros, por la destrucción de los insectos polinizadores. Por tanto, como hijos de tan espigada planta, es nuestro deber promover la agroecología, y proteger nuestra soberanía alimentaria. Concluyo con la frase de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo, A.C. (ANEC,2009) “Sin Maíz No Hay País”.

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